Comentario: Montaje de Gilles Deleuze

El montaje, según Deleuze, lo es todo para el audiovisual siendo fundamental desde el momento en que se pre produce la obra hasta la materialización de la técnica en la sala de montaje. Y esta preocupación no solo determina una economía visual sino que también le da sentido a la narrativa y, sea de una u otra forma, cualquier variación modifica los contenidos y los resultados finales que el público procesa desde la observación. El montaje debe ser pensado como un todo que depende intrínsecamente de sus partes y de la relación dialéctica dentro de cada sucesión de imágenes-movimiento; pensarlo desde el momento en que se planean la toma permite tener control sobre esa tercera unidad que producirá el público y que depende de las relaciones que el autor ponga a su disposición. Esta concepción tan inclinada a Eisenstein permite comprender el audiovisual desde su mínima forma, para proyectarlo hacia ese conjunto que solo cobrara verdadero sentido si cada una de sus mínimas partes está calculada en torno a ese único objetivo, que es la imagen indirecta del tiempo.

Deleuze afirma “el conjunto se refleja en cada parte, y cada parte reproduce el conjunto”, y muestra como no solo cada parte constituye las relaciones de oposición sino que cada parte llega a ser la misma toma dentro de la cual también existen oposición y cortes, siendo esta mínima unidad también el reflejo del producto completo. La imagen-movimiento es la célula del montaje para Eisenstein y no un simple elemento de montaje, pero podría decirse también que su concepción del montaje implica para el producto tener “instantes privilegiados”, que, a diferencia de Griffith, no corresponderían a elementos accidentales o a la contingencia del individuo, sino a la construcción de la espiral orgánica, que es la diagramación mental del proceder del montaje de atracciones; esto implicaría directamente al montaje como un proceso que se unifica entre lo orgánico de la disposición dialéctica y lo “patético” del desarrollo narrativo.