Narrando lo intangible: El viaje de Dayveon
- Alexandra Pedraza
- 19 feb 2018
- 4 Min. de lectura

Película: Dayveon (2017) Dirigida por Amman Abbasi. 75 minutos.
El pintor español Esteban Arriaga hacía una lúcida afirmación cuando dijo: “Ninguna obra de arte es un resultado definitivo, sino una aproximación, un camino hacia ese misterio inefable al que se dirigen los creadores.” Las obras de arte son, sin más, un lugar donde residen un cúmulo de posibilidades, de factores bien resueltos, y de participación colectiva. Ninguna obra se hace para que viva aislada, es el público, los espectadores, quienes reciben los estímulos, hacen un proceso de interpretación, por medio de la percepción responden al producto y así, finalmente, completan el ciclo de producción de la obra. Cuando se trata de obras audiovisuales, las variantes suelen ser las mismas, pero se tiene de antemano la naturaleza multisensorial que nos permite, como espectadores, adentrarnos en verdaderos viajes a través de la percepción, y cuando tenemos brújula, una gran tripulación, y el viento a nuestro favor, podemos desembocar en altamar sin temor alguno. Este es el caso de Dayveon, una cinta que resulta ser un viaje conmovedor a través de la íntima historia de un joven del sur de Estados Unidos, que, en medio de sus vacaciones de verano, vive varias experiencias de autodescubrimiento en una travesía tanto dolorosa como llena de melancolía, encontrándose con situaciones que lo ponen siempre al límite y lo obligan a tomar decisiones que no siempre son las correctas, dadas las condiciones de su contexto, crudo, con pocas oportunidades y lleno de muchos factores de riesgo. Ahora bien, en el proyecto de narrar esta historia de una manera casi poética y aprovechando todos las herramientas que provee el medio como tal, cada elemento puesto por su director, Amman Abbasi, tiene un lugar en la conjunción de factores bien resueltos, y hacen de esta película una auténtica obra de arte.
Hacer esta afirmación implica una serie de dilucidaciones que pueden caer en tecnicismos académicos, pero lo cierto es que la percepción humana carece de teoría que explique de manera suficiente el gusto, subjetivo y carente de peso al momento de adoptar una postura crítica. La calidad, la precisión, la economía audiovisual, el criterio en la sala de montaje, son factores que en cambio sí se pueden analizar con cierta lucidez pero, particularmente en este caso, no se pueden despegar del aura emotiva y sincera que envuelve a ésta cinta. La película muestra una visión corta, cercana y cerrada de lo que pasa en la vida de Dayveon (Devin Blackmon), lo cual, en primera instancia, está soportado por el formato y la relación de aspecto, que al ser mucho más reducida del formato convencional, nos permite tener un marcado límite respecto al campo de visión que tendremos a lo largo de la película. Esto nos impide tener escenas panorámicas o planos generales, lo cual minimiza la cantidad de información que recibimos y enfatiza en lo esencial para la narración. Teniendo esto como primera consideración, hay que ver ahora la relación entre la historia y el sonido, la cual es manejada de una manera muy sutil permitiendo que el sonido cuente como narrador en ciertos momentos clave, estableciendo un juego entre diálogos y música que enriquece la manera en que Abbasi nos presenta a este personaje y a los actores que componen su universo en particular.
Pero, sin lugar a dudas, la fortaleza de esta cinta de 75 minutos es la gran destreza con la que fue realizado su montaje, lleno de momentos de realidad y dramatismo, que contrastan con las secuencias donde se intercambian en una danza punzante diálogos, música, imágenes dislocadas, desenfocadas, que hablan más de un sentimiento generalizado del protagonista y lo hacen con mucha más efectividad de la que hubiera podido alcanzar con una secuencia de escenas que respetaran una linealidad narrativa. La selección de escenas dentro de las partes más cargadas de diálogo también cumple con precisión su cometido; un par de manos tocándose nerviosamente, un plano en contrapicado, una sombra en la pared en contraposición a un personaje en vez de mostrar a quienes dialogan, entre otros tantos momentos, son el tipo de decisiones que han hecho que esta cinta busque maneras diferentes de narrar, manteniéndose siempre con convicción respecto a la atmósfera melancólica que con efectividad evoca.
Aquí es cuando llega el momento de pensar, si bien Dayveon es un lugar donde residen un cúmulo de posibilidades y de factores bien resueltos, ¿dónde encontramos la participación colectiva que haría de esta experiencia audiovisual una contundente obra de arte? La cinta tiene un claro objetivo y es presentarnos una historia llena de altibajos y de un sentimiento persistente por el anhelo de lo que fué y ya no es, además del manejo de las distintas ausencias que aquejan no solo al protagonista sino también a la película como tal, y que en este caso hacen mucho más contundente su mensaje por la necesidad de mostrar solo lo necesario para comprender el universo que acoge a todos los personajes. Pero hay una metáfora presente, una imagen que se repite y que sin duda deja a todos los espectadores con una ventana abierta a la interpretación. Cualquier espectador que haya podido ver la película sin duda sentirá el zumbido de la duda y el sonido de la ventana a la interpretación que se abre y que es, finalmente, el puente que establece la pelicula con los espectadores, que los hace partícipes de la narración y que completa el ciclo de producción de esta obra, que, gracias a su manera de ejecutar y poner en evidencia cada una de sus intenciones, finalmente se constituye y se erige como una auténtica obra de arte.
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